"Verdades Dulces"
Cuando tenía 6 años ví por primera vez un lindo libro en el estante de casa. Me atrajo en un comienzo la dura cobertura con una pareja dibujada entre sombras.
Pensé que era un libro de cuentos. Yo perseguía los libros de cuentos de hadas e historias maravillosas para que me acompañaran en la soledad de mi habitación. Luego leía bajo mi cama, para que no me vieran o no me molesten. Buscaba soledad y ser cómplice de estos personajes compartiendo sus historias.
Este libro, sin embargo, era de poesía. Se lo había regalado mi papá a mi mamá cuando eran enamorados. Empecé a leerlo fascinada. Memoricé algunos versos e ingresé sin quererlo al mundo de la poesía.
Sentí que había encontrado la compañía perfecta. Los sonetos y rimas llenaban mis días y soñaba con algún día ser capaz de expresar una pasion tan grande y describir emociones y amores como los autores que descubrí: Bécquer, Jose Angel Buesa, Neruda, Ruben Darío, García Lorca, Borges, Vallejo, Benedetti, entre otros. Descubrí también que “anónimo” no era un recurrente poeta sino alguien que prefirió no ser reconocido.
Hubo un poema que a pesar de mi corta edad dejó una profunda huella en mí. Lo aprendí de memoria al instante, y luego fue recitado muchas veces a mi mama cada vez que lo nombraba. El poema se llamaba “Verdades amargas” .
Su texto refiere a la amistad como falsa y pasajera. Que no brilla sino que oculta lo real como el interior de un diamante Pulido. Que es traicionera y desaparece dejando atrás un corazón roto y triste. Creí entonces que no encontraría nunca una amistad verdadera. Pensé que pasado el tiempo alguien con su espada me cortaría la cabeza por la espalda. Desde allí entregaba mi amistad con cierta desconfianza y precaución.
Con el tiempo, aprendí que en el tren de la vida suben y bajan personas. De algunas se aprende mucho y dejan marcas indelebles en el corazón. Otras partirán más temprano que tarde o simplemente no notaste que se habían subido. Pero también están aquellas con las que compartes siempre el trayecto y recorren las mismas estaciones. A veces se bajan por un rato para luego regresar y retomar el trayecto. Son aquellas amigas sinceras que con solo observarlas sabemos lo que están pensando y lo que te dirán. Hay quienes las llaman “amigas del alma”.
Pienso que el destino elije a esas personas. Nosotros lo atribuímos a la suerte y al azar que nos convoca para cumplir una meta. Quizá tras ella ya no nos volvamos a ver. Pero cómo crecimos gracias a ella. Era la compañía perfecta para, con sus afectos y sonrisas, descubrirnos en mejores personas y más felices. Aquellas que nos dieron la fuerza para enfrentar desafíos y derrumbar obstaculos.
Hubo una estación en particular donde olvidé mis temores. Donde fui simplemente yo. Con mis defectos y virtudes, aunque con mis sentidos siempre abiertos y pendientes. Sin embargo, confié y me deje llevar por el corazón, encontrando en diferentes almas a esa parte de mí que estaba buscando. Cada una con su propia ambición pero con un mismo objetivo que nos unía: “El Arte”. Aquel que con sus delicados sonidos, formas y expresiones, nos acercaron cada vez más.
Cada cual es diferente, con su propia personalidad y reina de su propio mundo y destino. Cada historia personal es particular pero ello no obsta para unificar espacios de deseo, pasión y superar el peso que a veces recorta el vuelo de nuestras alas.
Hace unas semanas, gozamos, otra vez, del placer de darnos ese abrazo sincero. Aquel que nos recuerda que hemos pasado juntas las adversidades del camino y comprobar que esta Amistad supera largamente el tiempo y la distancia. Mientras en atuendo azules, habíamos elegido el color de la confianza, la fidelidad y de los sentimientos que perduran en el tiempo.
Compartir con ellas y verlas me hizo sentir otra vez adolescente. Revivir aquellos sueños compartidos. Si, es cierto, no somos perfectas, pero si juntamos las virtudes de cada una logramos reflejar a la mujer perfecta. Así como también si juntamos nuestros defectos conformaremos a la bruja más despiadada. Al final de eso se trata la vida, encontrar el balance perfecto. Ello me recuerda a la filosofía Taoista, que nos habla del yin y del yang, que entremezcla la energía luminosa y positiva con la luz pasiva y triste. En el mundo nada es perfecto. No esperemos que asi sea. Es el equilibrio dentro de lo imperfecto, aquella belleza efímera pero cierta que debemos explorar y buscar.
Y ese equilibrio llega con la verdad, que trasciende lo que quieres escuchar. Con la sinceridad que te permite replantear tu visión. Con la mano que te acompaña en tus logros y fracasos. Con el rostro que ríe y llora contigo. Con el hombro con quien superas las pérdidas más duras y ofrece su consuelo. Con la presencia que te acompaña a pesar de sus dificultades, que no busca cambiarnos, que sabe aceptar los errores pues saben que han sido hechos siempre de buena fe y de puro corazón.
Mis amigas del alma. Gracias por devolverme la inocencia de mi niñez. Por sus palabras y silencios. Por ese reencuentro transformado en recuerdos y que hoy me da la energía para esbozar estas líneas. Por esa emoción que aún siento que me hace decir a mis hijos con convicción que los “amigos sí existen y sabrán encontrarlos siendo ellos mismos y confiando”. Qué hay un mejor poema que aquel que solía leer y que la verdad amarga que predecía solo es un ejercicio de ficción.
“A mis amigas del Alma”
NY – Noviembre 2018